tactica y estrategia

Las libertades que nos faltan son las vergüenzas que nos quedan

sábado, junio 14, 2008

BANDO


BANDO

El dictador de Gartinés, pueblo disciplinado y respetuoso, no soportó más ver a sus súbditos sumidos en los múltiples problemas que los aquejaban, y considerando lo escuálido de los recursos financieros con que contaban las arcas del país, y la necesidad de dar pronta solución a tanta infelicidad, dispuso la dictación de una ley que prohibiera a todos los habitantes de su país estar tristes. Para esto se prohibió hacer muecas que reflejaran tal sentimiento, o decir palabras que ofendieran a otros, hablar golpeado, irónicamente, o cualquier otro atisbo de comportamiento que pudiera ofender el alma, aún del más pusilánime, castigándose a quien no cumpliera tal normativa con severas sanciones que podían implicar para el infractor incluso la reducción a mazmorras insalubres y alejadas de las ciudades.
Así fue que los gartinenses debieron andar por las empedradas calles y en todo lugar con una sonrisa que no dejara lugar a dudas respecto de su nuevo y común ánimo. Por las arterias de la capital la gente circulaba con risas dibujadas, saludándose amablemente incluso con desconocidos, haciendo reverencias a cada rato. Esto provocó que los cirujanos plásticos modificaran centenares de caras adaptándolas a los nuevos requerimientos gubernamentales. En el teatro, en la micro, en todas partes la amabilidad forzada de los ciudadanos se veía claramente.
Pronto se comenzó a escuchar de la existencia de un grupo que se reunía en un oscuro y viejo suburbio, cuyos integrantes practicaban las groserías, el mal vivir, y la tristeza. En su guarida –decían- se contaban historias penosas de su diario vivir, lo que provocaba llantos masivos y cautelosos, se gritaban groserías para desahogarse, incluso tenían pequeños cursos de frases irónicas. Los rebeldes, como era de esperarse en un régimen severo como el de Gartines, fueron perseguidos, por las calles se escuchaban escaramuzas entre las felices fuerzas de gobierno y los desgraciados rebeldes, las que casi siempre acababan con los rebeldes desgraciados. No fue suficiente con la severa persecución contra los insurgentes, ya que la tristeza, el desaliento, el llanto comenzaron a ser emblema de muchas personas, que aprovechaban una pausa en el metro, o la falta de vigía en la calle para largarse en su acto de pena o insolencia, provocando una reacción casi en cadena de los inconscientes felices que los rodeaban. El desorden se fue generalizando y las risas y llantos se mezclaban por las calles de la capital de Gartines. Había barrios que a esa altura eran dominados por el llanto, los que por cierto fueron enormemente reprimidos.
Así las cosas, no pasó mucho hasta que el régimen severo y feliz del dictador de Gartines cayó, haciéndose del poder la facción más triste del Partido opositor. Claro que al poco tiempo una guerra civil enfrentó a éstos con los tristes moderados, o sea, aquellos que como usted o como yo, sufren y gozan de acuerdo a lo que ocurra. Mientras los felices vivieron refugiados en cerros o en la selva, a la espera del momento para asaltar nuevamente la ciudad.

Santiago, enero de 2008

martes, octubre 09, 2007

ATENTADO A LA LIBERTAD DE EXPRESION.



Las libertades que nos faltan son las vergüenzas que nos quedan.

Las siguientes líneas pretenden sólo dar curso a un cúmulo de ideas contenidas respecto de la violación a la libertad de expresión en nuestro país, anhelando, eso sí, ser la chispa que encienda la pradera de la reflexión y de la discusión, pero, en ningún caso, ya sea por la extensión, como por los escasos conocimientos del autor, un documento de desarrollo doctrinario del tema.
La pomposa postulación del Estado de Chile a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, que se vino rodeada de un sinnúmero de parabienes y reconocimientos, nos lleva necesariamente a mirar para adentro
[1], y revisar qué pasa en este ejemplar país.
Desde hace tiempo, sobretodo con la aparente perpetuación de los gobiernos de la Concertación (uno de cuyos partidos integro, además), al estilo del PRI mexicano, que he advertido un excesivo celo en la protección de la seguridad (pública, agregan), prefiriéndola por sobre otros derechos esenciales. En efecto, asistimos a una constante, en ocasiones encubierta y a veces explícita, vulneración a uno de los principales pilares de una comunidad democrática, la libertad de expresión.
La libertad de expresión es la facultad que tienen todas las personas de expresar sus ideas. Libertad que como adelantamos, es consustancial a la existencia misma de un sistema democrático, y cuya limitación sólo debe supeditarse a intereses efectivamente superiores de la sociedad.
Lamentablemente el Estado chileno ha tendido a buscar herramientas para protegerse del actuar de los ciudadanos, quienes legítimamente mediante diversas formas representan a la autoridad su descontento sobre cualquier tema de su interés, ejerciendo de esta forma su opinión. Un ejemplo de esto fueron los escolares quienes durante 2006 manifestaron su interés en la derogación de la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza-LOCE, realizando para esto diversas manifestaciones pacíficas (la mayoría de las veces). Pero la autoridad a través del sistema policial se encargó de reprimir manifestaciones, so pretexto de realizarse sin autorización y de alterar el orden público. Esta actitud de la autoridad ha sido una constante, llegando a confundirse el desorden con la expresión.
Muestra de los abusos es que el Estado chileno ha violado en este tiempo normas establecidas en la Convención Americana de Derechos, a saber el art. 13 señala que “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión”, idea fuerza consagrada en nuestra Constitución en el art. 19 Nº 12 pero tal libertad, es trunca si se le analiza estáticamente, ya que ésta comprende “la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole”
[2]En efecto, nuestro Estado fue condenado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos por negar el acceso a la información pública, tras una solicitud al Comité de Inversiones Extranjeras, relacionada con el proyecto Trillium en 1998. El fallo determina que “el Estado viola el derecho a la libertad de pensamiento y de expresión, consagrado en el artículo 13 de la Convención". Los chilenos aún no gozan del libre derecho a expresar sus opiniones ni tampoco existe libre acceso a la información pública[3]
La libertad de expresión entonces, abarca además el acceso a fuentes de información que permitan un adecuado ejercicio de la libertad referida.
Más grave aún es la represión preventiva de la expresión ciudadana como lo ocurrido el 19 de septiembre recién pasado cuando varias personas de la asociación ANDHA Chile fueron detenidas por Carabineros en el interior del Parque O`higgins porque pretendían alterar la siempre “impecable” Parada Militar. El caso es que éstas portaban lienzos que pretendían mostrar durante el acto desde el sector del público. El gobierno de la Pdta. Bachelet justificó el actuar policial, ya que “Las féminas lanzaron consignas en el parque y la policía optó por apresarlas para sacarlas del lugar y evitar la manifestación contra la jefa de Estado”
[4].
Lo grave del accionar del gobierno fue que reprimió, mediante la detención, la tentativa de expresarse, atentando contra este derecho. Para justificarlo se esgrimió que “Deudores habitacionales, agrupados en la organización Andha-Chile, han protagonizado innumerables manifestaciones contra la Presidenta, interrumpiendo en más de una ocasión actos oficiales, en demanda de que el Gobierno gestione una solución para los compromisos que mantienen con la banca privada”
[5]
Lo relatado es una muestra de que se ha censurado (reprimido) previamente actividades que implican ejercicio de la libertad de expresión, vulnerado el Nº2 del art. 13 de la Convención Americana que dispone en lo sustancial que “El ejercicio (…) no puede estar sujeto a previa censura sino a responsabilidades ulteriores, las que deben estar expresamente fijadas por la ley y ser necesarias para asegurar: a. el respeto a los derechos o a la reputación de los demás, o b. la protección de la seguridad nacional, el orden público o la salud o la moral públicas”.
El estado busca mecanismos para protegerse del ataque de los ciudadanos, en circunstancias que en un sistema democrático, son éstos y no aquel quienes deben contar con mecanismos eficaces de protección de los abusos del poder estatal.
Queremos una sociedad democrática de verdad, en donde podamos caminar por las calles sin temor a ser reprimidos, en donde los 11 de septiembre la casa de gobierno no se encuentre sitiada con acceso sólo para los apitutados de siempre, donde la autoridad entienda que más importante que romper un vidrio es el ejercicio de la libertad de expresión. Reconocemos que los medios de comunicación están concentrados en 2 súper poderes (familias) económicos y que inciden directamente en lo que se ha llamado “opinión pública”, pero es misión de la autoridad política el fomento en todos los niveles del respeto a libertades esenciales, lo que no se está cumpliendo.
Los escolares, las familias agrupadas en ANDHA Chile, los mapuche, los pescadores, la Asamblea de Derechos Humanos (quienes no fueron autorizados a llegar a la puerta de Morandé 80), han sido sólo algunos de los casos de la actitud déspota de la autoridad, que ha vulnerado la libertad de expresión, ya limitada por el poco o nulo acceso a información veraz, amparándose en bienes jurídicos de dudosa tutela, como el orden público, la seguridad, y un sinnúmero de magnos principios que lo único que develan es un actitud timorata.

[1] Ver, a este respecto, art. “¿Cómo andamos por casa?” publicado en El Siglo ejemplar de la semana del 24 de sept 2007.
[2] Inc. 2º art. 13 Convención Americana de DDHH.
[3] De www.radio.uchile.cl
[4] Asi en www.cooperativa.cl
[5] Id. Anterior.

martes, octubre 02, 2007

REFLEXIONES E IRREFLEXIONES


Reflexiones e irreflexiones.



“mi amor por ti crece
más y más,
a medida que tus ojos se diferencian
más y más,
de lo antes visto por los míos”
(Erick Polhamer)



Entre el sonido constante de la ciudad caminaba él presuroso por un céntrico paseo capitalino, portando varios papeles en sus manos, y un montón de ideas en la cabeza. Debía llegar a una oficina pública a realizar un trámite importante, imprescindible, e impostergable. Se había levantado, como todos los días desde hacía varios años, a las seis y cincuenta, luego de que su televisor programable se encendiera con mucho volumen cortando de improviso, y definitivamente, su sueño pesado. Había estado exactamente nueve minutos en el baño, y en un vaso que dejaba sobre la mesa cada noche se había echado un poco de jugo, se comía un sándwich mirando las noticias, y cuando el reloj avisaba que faltaban cinco minutos para las ocho, se echaba a caminar hasta la estación de trenes, como siempre, por las mismas calles. Una vez en la oficina ordenaba los documentos del día, y revisaba la agenda que él mismo había ordenado la jornada previa cuando todos se habían marchado. A medio día visaba cada cuestión realizada, y a algunas les adjuntaba un comentario: “Pagar la inscripción”, “Revisar mañana”, etcétera. Luego de transcurrida la jornada, antes de apagar su computador, volvía a revisar lo realizado. Llegaba a su casa, se duchaba, veía un poco de televisión, y a las once treinta se dormía.
Ese día antes de almuerzo había tomado un archivador que contenía los documentos de un importante cliente, cuyo trámite debía realizar inexcusable y personalmente, y así quería hacerlo, además. Por el bullicio de las angostas calles céntricas escuchó sonar, como muchísimas veces al día, a cada rato, su teléfono celular. Pero esta vez era distinto, quien llamaba no era un empresario importante, ni un aburridor conocido que lo invitaría a tomarse un café junto a niñas semidesnudas a quienes debería dejarles buena propina para aparentar ser generoso; sino que era ella, ella. Ella que estaba al otro lado del teléfono, tan lejos y tan cerca, como lo de Wenders, y se acabó el bullicio, mientras siguió hablando largamente con la muchacha, y así pasó el día, y olvidó programar el televisor[1], y despertó tardísimo, no hubo jugo, ni clientes, ni puntualidad, ni éxito, y la oficina pública cerró llegada la hora, mientras los otrora importantes documentos de un olvidado importante cliente se arrumbaron junto a ropa sudorosa y a futuras excusas.

Santiago, septiembre de 2.007




[1] Parafraseando, claramente, un cuento de Marcello Limone, publicado en Revista Las Tres Negras, cuyo nombre no recuerdo.

viernes, mayo 19, 2006



EL NOMBRE DE TU PADRE

A Amaru, por existir.

Es cierto, ella siempre fue adelantada, todo lo hizo antes, y no sólo eso, lo hizo siempre mejor. De hecho, rápidamente, sin dejar de ser un bebé, aprendió a hablar. Y hablaba particularmente bien, muy claro. Recuerdo que cuando recién había cumplido un año tarareo parte del himno del Partido, sentí mucho orgullo, fue maravilloso, pero que nadie la escuché, por favor, me dije. ¿Te imaginas? En esa época no era un chiste cantar cualquier cosa por ahí, no faltaban –y no siguen faltando, tu sabes- los sapos.
Claro, si las cosas estaban particularmente complicadas por esos fríos días del Invierno de hace ya muchos años, éramos jóvenes y estábamos particularmente tristes ya que varios compañeros habían caído y muchos más seguirían cayendo, de verdad, te lo confieso, más de una vez pensé en irme de Chile, tomar mi cabra chica y salir como sea, recuerdo que me ofrecían mil maneras de hacerlo, pero pronto se me pasaban las ganas y me quedaba siempre por un tiempo nada más. Claro que me angustiaba ver a mi hija crecer aquí, y que las cosas en el país siguieran igual o peor, me inquietaba imaginar que ella iba a ser una niña que tendría que aprender a callar, como lo habíamos hecho todos durante ese tiempo, que no tendría apellido, que iba a tener que estar escondida junto a su padre a quien los compañeros y conocidos indistintamente llamaban Julio, José Miguel, Sebastián, y quien ejercía muchos oficios diversos: vendedor de libros puerta a puerta, gásfiter o albañil. Si, aunque sabemos que me resulta complicado cambiar una ampolleta, me las di de electricista, incluso, en una de varias anécdotas llegaron a mi casa los pacos, por recomendación de no recuerdo que vieja del barrio, para pedirme que arreglara una de sus radios, luego de que se me entibiara la transpiración, saqué un destornillador y revisé el aparato largamente, de verdad que no tenía idea como funcionaba, sólo veía cablecitos de colores y cosas que parecían ser transistores, pero vi uno suelto y lo apreté un poco, nada más hice, y el paco encendió la radio y –¡eureka!- la radio funcionó.
No quería esa vida para mi ni para ella, ni quería tener miedo que mi enana me dijera mi nombre, jugando, cuando se enojaba. Ya que cuando aparentaba enojarse conmigo dejaba de llamarme papá y me decía simplemente Carlos.
El tiempo fue pasando muy terriblemente, y pronto me encontré solo. Había perdido contacto con casi toda la gente y no faltó el que, pudiendo hacerlo, negó conocerme y, también pudiendo, pasó por la otra vereda. No era nada fácil, yo trabajaba a esa altura en las ferias vendiendo cachureos, y junto a mi hija, la única compañera leal, a la que se le fueron olvidando los tarareos revolucionarios de su primera infancia, y sólo le quedó en su cabecita el griterío de las ofertas de frutas y verduras, y las aburridas jornadas a pleno sol en una polvorienta calle de Conchalí.
Una tarde de fines de esos tiempos, cuando mi hija recién cumplía 2 años y medio, fuimos a la casa de Luis Bórquez en Recoleta, en El Salto, era una velada de compartir un pedazo de carne y unas cumbias que a enormes volúmenes disfrazarían nuestros diálogos esperados y casi ahogados sobre el trabajo del Partido, uno que otro intercambio de documentos, de cartas enviadas por los compañeros del exilio. Conversamos mucho aquel día, de todo, de lo poco que parece quedaba del infierno que vivíamos, cuando ya me retiraba Fernando me entregó su credencial de miembro de una iglesia Pentecostal, y me dijo que la usara, que yo era buscado, que en el camino a casa podía tener problemas y que dijera su nombre no más. La guardé en mi bolsillo y me retiré caminando por avenida El Salto cuando casi caía la noche. Llevaba a mi hija en brazos, presuroso, ella me hablaba de muchas cosas, de las hojas, que apenas colgaban de los árboles, yo advertí que deberíamos caminar más de lo creído. Cuando llegamos a Recoleta, la soledad era absoluta, y parece que hizo más frío y que la noche cayó terriblemente más rápido, y caminábamos sin soltarnos, ahora ambos en silencio, dejando ya en el olvido la grata jornada. Para tranquilizar a mi hija, le hablé cualquier cosa, que la luna era de ella, y que ya no lo era, lo que era una declaración de guerra y respondió, como esperaba, con otro acto de guerra y me llamó reiteradamente Carlos Veque. No pasó ni un segundo y vi venir hacía nosotros un vehículo con las luces altas, supe de inmediato que se trataba de una patrulla militar, en medio de esa oscuridad las luces del jeep eran todo, y mi hija con un silencio enorme pegada a mi. Los militares me rodearon.
-Tienes pinta de comunista, hueón- me dijo uno.
-A lo mejor es uno de los que buscamos- agregó otro.
- Ya, gil, conocemos el truquito de andar con cabros chicos pa librar- y comentó- ¿Cómo te llamai?
-Fernando- dije- Fernando Abarca
-No te creo- concluyó uno que estaba más alejado- Mayor- agregó mirando al que parecía a cargo del grupo– Este hueón se parece al comunista que buscamos en este sector…. el indio Carlos Neculhueque.
- ¡Que va a ser! –sentenció el superior- este tiene cara de indio pero está cagao de miedo.
Yo en silencio, lo mismo que ella que no paraba de mirar a los soldados. Me registraron completamente, revisaron mi carné de la iglesia. Y preguntaban cien, mil veces qué quién era yo y qué hacía allí. Yo insistía en que yo no era yo, curioso… no fue de cobarde, era muy necesario hacerlo así, que más explicación puede necesitar aquello.
-Jefe. Este es Necolhueque- insistió uno muy joven.
-Soy Fernando Abarca, señor- reiteré.
El superior me miró mucho. Dio vueltas alrededor mío.
-Mira, cabro –le dijo el superior al soldado- no quiero llegar la unidad con este gil y pasar una vergüenza creyendo que detuvimos al comunista ese y que resulte que no es. El bochorno puede significar que me quede a cargo de la sala cuna de la institución.
- Estoy seguro que es él- insistió- ¡deténgalo!.
- No señor- dije- no conozco a ese hombre. Yo soy Fernando Abarca. Me llamo Fernando, señor, Fernando.
- Yo decido si detenemos a este hombre- dijo desafiante el superior, quien agregó mirándome – dime la verdad hueón, ¿Te llamas Carlos?-
-No señor. MI nombre es Fernando. Le juro que me llamo Fernando.
El superior pensó un rato, mientras todos permanecían junto a mí fuertemente armados en la solitaria avenida.
-Ya, hombre- me dijo- ándate rapidito pa` la casa- concluyó.
Entonces los militares subieron al jeep, y echaron a andar el motor, anduvieron un poco, y alcancé a dar algunos nerviosos pasos, sólo unos segundos después el vehículo se devolvió veloz marcha atrás. Se detuvieron junto a mí, atravesándose en mi camino y desde arriba del vehículo el jefe del grupo saludó a mi hija amablemente, le consultó que si su papá era bueno y esas cosas, hasta que le preguntó – Mijita, ¿Cómo se llama su papito?
Como dije, hacía sólo unos instantes que ella me había dicho mi nombre de pila, reiteradamente, mientras jugábamos a enojarnos, pero ahora estaba tan callada como yo, de verdad sentí miedo, en ese momento mi hija debería entregarme, y si decía mi nombre, lo haría y ella nunca lo sabría, enhorabuena. El mismo militar que instantes antes parecía incrédulo se bajó del vehículo y se acercó ahora bastante más serio y ante el enorme silencio de ella, le repitió la pregunta. Mi hija era interrogada en una noche por una patrulla militar, todos nos miramos las caras con muchos nervios, pero de pronto una sonrisa tenue se esbozó en el rostro de mi pequeña, quién dijo
-Fenano… papá Fenano.
¿No es genial la cabra, hueón? ¡Es genial¡.


Santiago de Chile Noviembre de 2005.

martes, mayo 16, 2006

NO ES SOLO UNA SENTENCIA


COMENTARIOS- COMENTARIOS- COMENTARIOS-

REFLEXIONES DE UN MAPUCHE URBANO RESPECTO DE LA SENTENCIA QUE CONDENÓ A CUATRO COMUNEROS MAPUCHE POR INFRACCIÓN A LA LEY QUE SANCIONA EL TERRORISMO.

“Es el triunfo de un chantaje”. Así definieron Parlamentarios de la derecha, la iniciativa de algunos de sus colegas del Partido Socialista tendiente a la aprobación de un proyecto de ley que permita el acceso a beneficios por parte de los 3 comuneros y la activista mapuche, condenado s a 10 años y un día por “incendio terrorista”. Se daría una mala señal si a través de la presión se dejara sin efecto o anulara una sentencia judicial que tiene carácter de firme y que, por tanto, no puede ya ser modificada.
Esa sería la reflexión de un leguleyo puro, formado al calor de los adoquines que contienen textos legales casi sagrados que ni la razón más clara puede tocar.
Lo anterior surgió luego de casi 70 días de huelga de hambre por parte de los condenados y de movilizaciones, en todos los tonos, a lo larfgo del país, que partiueron exigiendo la nulidfad del Juicio hasta derivar en concentraciones mitines y tomas que pedían (y poiden) el reconocimiento consitucional de los mapuche, consagrando de una vez a Chile como un Estado multinacional. Las reflexiondes jurídicas, que nacen al calor del “respeto por la institucionalidad” no se compadecen con la necesaria autonomía que deben tebner los publeos indigenas (no digo originarios por cuanto se daría una doscusión respecto de los pueblos acentados en varios estados como los aymarás) Sin embargo, en una sociedad democrática en donde los derechos de los sujetos están garantizados y protegidos, el Estado no debe buscar protección respecto de sus miembros creando y aplicando normas que impliquen amenazas al ejercicio legítimo de las garantías del hombre, por el contrario, la consolidación de una democracia madura, respetuosa, implica que es el Estado quien debe crear mecanismos eficaces de protección de los derechos de sus miembros, y no al revés, otorgando a los sujetos herramientas efectivas de protección y de ejercicio de sus derechos.
Desde esta perspectiva las leyes Antiterrorista y de Seguridad Interior del Estado entran en notable pugna con la democracia misma.
En 19 de diciembre de 2001 un grupo de encapuchados mapuche atacó, según se señala en la sentencia del Juzgado de Juicio Oral en Lo Penal de Angol de 22 de agosto de 2004, el fundo Poluco Pideco de la Forestal Mininco de la comuna de Ercilla, utilizando para ello elementos incendiarios que causaron que se hayan quemado 108 hectáreas de pino adulto. Estas personas fueron enjuiciadas y en el transcurso del juicio, el Ministerio Público y el Gobierno a través de la Gobernación Provincial (querellándose) solicitaron la aplicación de la ley antiterrorista y sostuvieron pertinazmente que los hechos acaecidos eran de aquellos que la ley dictada por Pinochet (pero cuya aplicación se solicitó por un gobierno democrático) terroristas, esto es, que se trata de actos que buscan infundir temor generalizado en la población o en una parte de ella respecto de sufrir en su contra hechos de la misma especie”, extendiendo, desde mi humilde perspectiva, el ámbito de aplicación de esta discutible ley. En efecto, la sentencia para adecuar los hechos de la causa a la definición señalada arguye, que el hecho es terrorista por cuanto “(...) está inserto en un proceso de recuperación de tierras del pueblo mapuche, el que se ha llevado a efecto por vías de hecho, sin respetar la institucionalidad y legalidad vigente, recurriendo a acciones de fuerza previamente planificadas, concertadas y preparadas por grupos radicalizados que buscan crear un clima de inseguridad, inestabilidad y temor en la Provincia de Malleco, puesto que la mayor cantidad de sucesos y también los más violentos, han ocurrido precisamente en comunas de esta jurisdicción. Estas acciones se pueden sintetizar en la formulación de exigencias desmedidas, hechas bajo presión por grupos violentístas a los dueños y propietarios, a quienes se les amenaza y presiona para que accedan a los requerimientos que se les formulan; muchas de estas condiciones se han materializado mediante ataques a la integridad física, en acciones de robo, hurto, incendio, daño y usurpación, que han afectado tanto a las personas y bienes de diversos propietarios agrícolas y forestales de ésta zona en la audiencia se recibieron numerosos testimonios y se dieron a conocer diversos antecedentes al respecto, sin perjuicio de que ello es de público conocimiento. Es obvio inferir que la finalidad perseguida es provocar en la gente un justo temor de ser víctima de atentados similares, y con ello obligar a los dueños para que desistan de seguir explotando sus propiedades y hacer que las abandonen, ya que la sensación de inseguridad e intranquilidad que generan dichos atentados, traen consecuencias tales como disminución y encarecimiento de la mano de obra, aumento en el costo, tanto en la contratación de maquinarias para la explotación de los predios, como para cubrir las pólizas que aseguran las tierras, instalaciones y plantaciones, también, es cada vez más frecuente ver trabajadores, maquinarias, vehículos y faenas instalados en los distintos predios, bajo protección policial que asegure la ejecución de las labores. Todo esto afecta derechos garantizados constitucionalmente”. (considerando 19º) ,o sea, lisa y llanamente, existe un tratamiento especial respecto de situaciones que estén dentro de los que se llama el conflicto mapuche, cualquier hecho de violencia dentro de este conflicto podría estar enmarcado en la definición terrorista. Sin perjuicio de las disquisiciones de fondo el hecho de la quema de un bosque en si mismo es ilegal, pero surge entonces la primera gran disyuntiva cuando en una democracia se definen actos que a lo más constituyen delitos comunes (incendio, daños) como terroristas, que –según los juzgadores y acusadores- pretenden causar conmoción en la población o en una parte de ésta, tal interpretación resulta de suyo riesgosa (y antojadiza), pues implicaría que eventualmente cualquier manifestación cuando derive en consultas ilícitas entraría al ámbito de lo terrorista, por ejemplo, el conflicto de los secundarios que causa impacto social, pero (al igual que en el caso del fundo atacado) no se acerca a un actuar terrorista, la sola presencia de una bomba molotov, o de una capucha no hace al acto terrorista. Esto, desde la perspectiva jurídica, sin pretender entrar en discusiones dogmáticas.
Resulta muy criticable que haya sido la Gobernación El tema no es nuevo, en absoluto, desde la mal llamada “pacificación la araucanía” a fines del s. XIX (que no fue más que una limpieza étnica no reconocida similar a la de los 90 en Los Balcanes) que el Estado de Chile ha venido atropellando al pueblo mapuche, primero radicándolos (estableciéndolo o confinándolos a zonas muy delimitadas “de protección”) en zonas de no más de 500 mil Has. de las 10 millones de Has que ocupaban para entregarle las restantes a inmigrantes o particulares; hasta lograr su reducción cultural. Desde entonces que los mapuche han debido pugnar con el Estado el que, valiéndose de formales e inmorales argumentos legales han justificado más de un siglo de atropellos, abusos y muerte bajo el amparo de aquello llamado institucionalidad. El Estado ha despojado de las tierras a los mapuche señalando, que la propiedad privada y sus mecanismos de circulación son sinónimo de riqueza y prosperidad lo que –ha quedado demostrado- no es en absoluto efectivo, eliminando mediante leyes (y decretos leyes) la milenaria tradición de sucesión de la tierra, privilegiando los papeles por sobre años de tradición. Pasando por alto la lengua, costumbres, cosmovisión y cultura de una nación diversa. Así, cual más cual menos, en todos los gobiernos del siglo XX se ha perpetuado el abuso, la falta de participación y la miseria. Sólo con algunos atisbos de buena voluntad, gestos aislados y generalmente relacionados con campañas y promesas electorales nacidas al calor de un asado o de la boca de un entusiasta candidato que para la ocasión se pone poncho, ceba mate y baila (ridiculamente) bajo el canelo.
En 1990 a comienzos del gobierno de Patricio Aylwin la toma del predio de “Quinquen” concluyó en que la Corte Suprema, en un acto de Justicia, ordenó el desalojo de las personas que vivían en el valle. En efecto la empresa Sociedad Galletué que demandó a estos mapuche contaba con todos los documentos que acreditaban la propiedad sobre la tierra, y los “ocupantes” solo contaban con más de un siglo de estadía en el lugar.
No es el objetivo de este comentario indagar sobre las causas del problema, no lo permiten ni la intensión ni la extensión del mismo, pero si dejar en claro que el tema está prácticamente a fojas cero, transcurridas casi dos décadas de retorno a la democracia, ésta no ha llegado ni pretendido llegar a todos los chilenos, por lo que los mapuche, como muchas veces a lo largo de la historia, establecen una frontera con el estado chileno, en la Colonia ésta fue física y con línea de fuego permanente, aunque con Parlamentos (que no existieron en el Chile Republicano) en periodos de tregua –esto se llamó romanticamente Guerra de Arauco. Hoy también hay frontera, y esto no depende de nuestra voluntad, está allí, no la marca ni el Malleco ni el Cautín como antaño, no es física ni está trazada en un mapa ni custodiada por Cornelio Saavedra y sus perros de caza, sino que se encuentra tanto en la zona de Arauco como en todos los centros urbanos del país, en donde los mapuche nos vestimos de obreros, panaderos, pobladores, técnicos y profesionales, esta es la frontera marcada con dignidad, en el reconocimiento de la diversidad y en la resolución irrestricta de no renunciar a lo que aparece como justo.